Después de una visita a un centro de atención a personas con discapacidad cualquiera debería salir opinando mejor del personal de la Administración Pública, o al menos de “ese personal”.
Cuando tuve la suerte de trabajar con el personal de servicios sociales, aprendí más en tres años que en el resto de mi carrera profesional. De 2011 a 2014 hice un máster en gestión de recursos escasos (coleando la crisis económica y los presupuestos “cerrados”), compensados gracias al esfuerzo y la vocación del personal de los centros de servicios sociales.
Lo sé porque dediqué el primer mes a conocer toda la tipología de centros que existían por toda Galicia. Y lo sé porque mi primer informe del estado de los centros tuvo como consecuencia que me recomendasen no moverme del despacho. Con fotos, muchas fotos e información que agitaban conciencias de quien la tenía era algo previsible, que no comprensible.
Escuché y comprobé como en los centros de alguna capital de provincia convivían personas mayores con personas con graves adicciones porque no sabían “dónde meterlos” y las distintas administraciones no querían colaborar o no sabía cómo. Visité centros de menores donde no había estanterías en los armarios. Eran espacios sin división donde almacenaban su ropa igual que sus historias de familias rotas.
Vi instalaciones de campamentos de verano “derruidos”, centros sociocomunitarios sin actividades,… Comprobé cómo “priorizamos” con las crisis y olvidamos… a los de siempre.
Por eso hoy, con la visita y con circunstancias diferentes, pero con la amenaza/realidad de una crisis que veremos cómo y cuándo llega a su máximo y cuánto dura, quiero poner la lupa en una causa de que la Administración tome malas decisiones: la educación
Cuando salía de la visita al centro, volvía de una ¿excursión? de instituto unos 30 ó 40 adolescentes que pasaban a escasos metros del centro y al abrir la ventanilla (intencionadamente) escuche como se preguntaban por la naturaleza del centro y se respondía con “un psiquiátrico o algo así”.
No dije nada porque empezaba a conducir, pero es imposible analizar como ciudadanos las necesidades de un centro, las necesidades de un grupo de personas con discapacidad,… si nunca se ha “visitado la realidad”. No se puede criticar los horarios y la retribución de su personal si no se ha visita ese centro, si no se han visto las lesiones de su trabajo ordinario o de situaciones excepcionalmente extraordinarias.
Les hurtamos a las personas que se están educando la información necesaria, los sentimientos necesarios para tener empatía con sus vecinos o con desconocidos que pasan por una situación de necesidad y que pueden ser ellas en cualquier momento de su vida.
La discapacidad, cuando impide una vida autónoma, se oculta a las personas más jóvenes para que “no hiera su sensibilidad”. Esa ignorancia impide que sean ciudadanos/as con la empatía suficiente para entender necesidades especiales, con la formación e información suficiente para tomar decisiones de apoyo o no a sus “clases dirigentes” en todo momento, pero más en una situación de crisis económica.
Por eso, como ya planteé en más ocasiones y en más foros, lleven a los adolescentes a las residencias de mayores, a los centros de personas con discapacidad,… formen y eduquen a los votantes para que pongan en valor todas las profesiones, pero mucho más las que además de vocacionales, se centran en el cuidado de las personas más necesitadas.
Esas visitas (una al menos) les cambiarán la vida y les harán mejores personas. Les ayudarán a saber de verdad cómo colaborar con la sociedad y dónde no se puede recortar ni un euro, ni un derecho.
Y además, serán un apoyo fundamental para las personas que pasan sus horas en esos centros, tanto sus usuarias como todos los PROFESIONALES que hacen que las situaciones difíciles lo sean un poco menos.